
Asesoramiento: Lic. Mercedes Bourdieu M.P.188 Psicóloga Esp. en Terapias Contextuales
Espacio PsyQuimia Alberdi 44 S.S. de Jujuy
Jueves, ocho de la noche, miro el reloj rojo, berreta, que se queda sin pilas cuando más lo necesito y me cuelgo pensando, que sería de mi vida si hubiera elegido algo más fácil…
Vino con retraso la primera paciente, vino larga la tarde también. Hoy, rescato algunas ideas sobre las consultas y los procesos de dos mujeres que, aunque comparten el mismo espacio terapéutico, transitan caminos completamente diferentes, es más, creo que ni se cruzaron en la sala de espera
ese día. A través de sus relatos, se tejía una trama en el que la depresión y la búsqueda de identidad se entrelazaban de manera compleja y reveladora. Paula llegó con un aire de agotamiento que era más que físico, sus ojos eran más profundos que sus ojeras indisimulables. Al sentarse en el sofá, su postura encorvada y mirada perdida en el suelo me revelaban que su tristeza era profunda. Desde el inicio, un peso, una carga que no era física, se hacía palpable. No sé cómo llegué a este punto”, comenzó, su voz temblorosa apenas rompiendo el silencio que había envuelto su vida. Paula había estado viviendo una tristeza que no sabía cómo expresar. A medida que compartía su historia, entendí que su depresión era una
combinación de experiencias dolorosas que impactaban claramente en su sentido de vivir. La pérdida de su madre, las expectativas no cumplidas en su carrera y la sensación de soledad la habían atrapado en un ciclo de pensamientos negativos. La terapia cognitivo-conductual que le proponía apuntaba a desmantelar esas creencias disfuncionales que la mantenían prisionera. “¿Realmente no tienes nada que ofrecer al mundo?”, le pregunté arriesgando una respuesta catastrófica, y abriendo la posibilidad a que me hablé de la muerte, de la suya. Paula se quedó en silencio por un
momento, como si esa pregunta resonara en la parte más profunda de su ser. Al fin, respondió mirándome fijamente: “Supongo que no lo sé”, y yo respire aliviada, podíamos tener planes de acción.
Carolina, en el turno siguiente, entro en el consultorio con un aire diferente y un semblante distinto, diciendo: “Mis amigas me dicen que debo estar deprimida porque no me levanto apenas suena el despertador”, inició, su tono ligando la preocupación con la confusión. En un ejercicio de introspección, intentaba descifrar su propia realidad, influenciada por lo que los demás esperaban de ella. A diferencia de Paula, Carolina no sufría una depresión diagnosticada, pero su malestar la inquietaba. Se mostraba cautelosa, como si las palabras de sus amigas hubieran superpuesto una nube gris sobre su vida.
En este marco, la diferencia clave entre ambas se hizo evidente: Paula estaba en un lugar de desesperanza genuina, mientras que Carolina batallaba con la incertidumbre de si realmente se encontraba en un estado de depresión, o si había absorbido, como obedeciendo, el diagnóstico ajeno. “¿Es
posible que estés más afectada por lo que otros piensan que por lo que realmente sentís?”. A menudo, la presión social puede distorsionar nuestra visión interna; se convierte en una observación constante y paciente que afecta la forma en que nos vemos a nosotros mismos.

A través de la terapia, trabajé con ambas para ofrecerles marcos referenciales que les permitieran entender sus realidades desde un lugar más consciente, menos crítico. De a poco desentramando un nudo en la garganta que con palabras fue perdiendo intensidad y fluyendo, en un fluir de palabras que le prestaban, y daban sentido al malestar que atravesaba el cuerpo (vale el reconocimiento al Dr. Freud en esta idea). Paula comenzó a
desafiar sus creencias autoimpuestas, cuestionando la validez de sus pensamientos autocríticos. Era un trabajo arduo, pero poco a poco empezaba a tomar conciencia de sus fortalezas y de los momentos en los que había superado adversidades en el pasado. Carolina, por su parte, exploró la idea de que no necesitaba encerrarse en un diagnóstico para validar su experiencia emocional. “mi bienestar no depende de lo que otros piensan”, reflexiono. Juntas, comenzamos a escarbar en su verdadero yo, haciéndola consciente de que su salud mental, y su identidad eran un viaje interno,
lejos de la opinión externa. El contraste entre Paula y Carolina mostró la variabilidad de la experiencia femenina ante la depresión. Paula estaba
aprendiendo a vislumbrar la luz en medio de su propio tormento con una tarea más interna; Carolina, mientras, estaba hallando su voz en un mundo, externo, que a menudo le decía que debía sentirse de una manera particular. A medida que avanzan a través de sus respectivas travesías, ambas mujeres me enseñaron que la lucha con la depresión, ya sea en su forma crónica o en la condición de sentir que uno “debería” estar deprimido, son procesos que merecen atención y compasión. En este espacio seguro de la terapia, se busca no solo la sanación o el entendimiento, sino también
la liberación de las expectativas ajenas.
A través de las historias, los matices del sufrimiento femenino se revelan con una claridad inquietante. Mientras Paula da sus primeros pasos hacia la sanación, Carolina comienza a comprender que no necesita una etiqueta para explorar su propia historia. En este viaje, tanto yo como ellas nos
convertimos en autoras de su búsqueda de entendimiento, sanación y, sobre todo, la libertad de ser quienes realmente somos. El presente escrito intenta relatar los caminos de los estados depresivos desde una forma que invite a leer sobre este padecimiento desde una manera fácil, con una reflexión sobre las “caras de la depresión”. Los nombres y los contenidos de las sesiones no corresponden a pacientes reales, tomando la libertad creativa para que el relato transmita lo que sucede muchas veces.

Otra cosa, elegí a propósito que sean mujeres, porque es un grupo que atiende más conscientemente a las necesidades de salud mental, y por lo tanto consultan más. Creo también, que el conjunto de masculinidades viene tomando contacto con espacios de salud mental, validando la
experiencia psíquica y resignificando el mandato de “los hombres no lloran ni se deprimen”.