
/ASESORAMIENTO: Lic. Fabiana Alejandra Cisnero. (MPC 3342) Esp. Educación Especial • Psicopedagoga
CONCIENCIA Centro Pediátrico de evaluaciones cognitivas • Cnel. Dávila 791, Bº C. de Nieva, S. S. de Jujuy • 388 5121111
Pretendo brindar una respuesta, buscar alternativas, pensar en los “porqué”, pero los mejores días son los que me interpelan, interpelan mi práctica y la de los demás.
Era la primera vez que nos encontrábamos, ella, de mirada dulce venía acompañada de su mamá, quien al momento de la primera entrevista expresó claramente “quiero ver qué le pasa, porque su maestra dice que es lenta”.
En nuestro encuentro empezamos a dialogar, a conocernos, a jugar, la comunicación empezó a fluir de a poco, tratando de encontrar las piezas que ayuden a descubrir lo que sucede. La hora del juego fue fluida, sin embargo, en cuanto se debían plasmar sobre una hoja los resultados, escribir, sumar, describir, se borró la sonrisa, desapareció el brillo de sus ojos, y se empañaron con lágrimas que inútilmente trataba de contener. El silencio se apoderó de ella y solo me dijo “no, no puedo, soy lenta”.

Esta es una de las tantas realidades en las que niñas/ os son miradas/os desde lo que les “falta”, “no pueden”, “no hacen”, niñas/os que, sin darnos cuenta, los fortalecemos desde lo negativo, la baja autonomía e inseguridad en sí mismas/os. Familias a las que se les brinda el mismo mensaje, son “lentas/os” y desde allí se construyen. ¿La solución es buscar terapias? ¿Citar a las familias para que consulten “un especialista”? Quizás, si, quizás no.
Quizás la respuesta bajo esta lógica y sin inventar nada nuevo, este en que desde nuestro lugar como docentes brindemos un mensaje diferente, logremos mirar aquello de lo que sin son capaces, poner la mirada sobre todo lo que logran hacer, señalar todas y cada una de sus mayores fortalezas para incrementar el placer por aprender. Entender la “lentitud” como un ritmo único, parte de un proceso que va más allá de nuestras expectativas, del diseño curricular o el nivel en el que se encuentre cada estudiante.

Mi respuesta en aquel entonces fue tomar su mano, secar sus lágrimas y explicarle que no hay tiempo, que este momento es nuestro, que podemos equivocarnos.
La niña de mirada dulce aún se siente “lenta” pero ya no pierde la sonrisa al enfrentar un desafío, se frota las manos y respira profundo para resolver aquello que implica mayor esfuerzo o tiempo, pero hoy con confianza, dispuesta a equivocarse porque comprendió que el error y la manera en la que resuelve sus tareas la hace única.